Una dosis de utopía para un mundo distópico

Dr. Jorge Brower Beltramin (jorge.brower@usach.cl)

Departamento de Publicidad e Imagen – Vicedecano de Investigación y Postgrado

Facultad Tecnológica

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Los escenarios catastróficos que se han abierto en el crepúsculo moderno, parecen conducirnos sólo a más desastres y calamidades. Vivimos un minuto histórico crucial, para enmendar el rumbo y transformar esta sociedad planetaria hostil. El pensamiento utópico resulta inspirador para este cambio urgente.

Nuestros intelectuales, académicos y artistas, entre otros protagonistas de la vida y desarrollo social, decididamente ya no cuentan en sus imaginarios con el término de eutopía, concepto asociado a la construcción de sociedades ideales en la que los seres humanos coexisten en una armonía plena y feliz. La ya casi mítica obra de Tomas Moro, Utopía, pareciera no ser un referente inspirador para diseñar el presente y el futuro, tomando en consideración las calamidades que hemos provocado en poco más de un siglo. Guerras mundiales y regionales que han lesionado profundamente el valor de la vida, enfermedades virales que cambian peligrosamente y que matan a millones de personas en meses y sistemas socioeconómicos que se territorializan a nivel global y cuyo propósito es promover el individualismo, la competencia descarnada y una productividad material que no agrega valor al sentido de lo humano, dan cuenta de un escenario fatal para el desarrollo pleno de la vida en comunidad.

Todos estos ingredientes y otros que no alcanzamos a mencionar en esta breve reflexión, dan fuerza a la aparición de un concepto antagónico al de utopía, este es el de distopía. Un grupo importante de hombres y mujeres que sueñan el presente fugaz y el futuro incierto, desde distintos ámbitos del saber, sufren pesadillas con el mundo que hemos construido. Como resultado de esta prefiguración de una noche obscura que se extiende en el tiempo, sin señales de un retorno de la luz, aparecen las sociedades distópicas, hipotéticas e indeseables a la vez. Textos como Un mundo feliz de Huxley (1932), 1984 de Orwell (1949), Th Logan´s Run (Fuga en el Siglo 23) y Fahrenheit 451 de Bradbury (1953), aparecen entre otros, como vigas maestras de este diseño catastrófico del por/venir. Tópicos como la alienación, la muerte violenta, la vigilancia extrema e irrupción en la vida privada, las pandemias virales y los desastres naturales aparecen triunfantes o victoriosos sobre la vida, en este escenario distópico. La gravedad de estas construcciones culturales es que ya no se articulan sobre futuros posibles, sino que se han transformado en la expresión de un presente caótico, pero cierto. La mirada distópica se amplía, más allá de una literatura de la catástrofe y apocalíptica, apoderándose, en parte, de otras manifestaciones artísticas como filmes y series televisivas (entre muchas podemos mencionar 12 Monos, Ciudad en tinieblas, MATRIX, Minority Report).

Por otro lado, desde el mundo de las ciencias experimentales también se levantan voces que señalan incluso, la posibilidad de una destrucción del planeta a corto plazo (60-80 años), debido a la pésima e ignorante forma que hemos tenido de para dialogar con la Tierra. El Panel Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), determinó que la temperatura sobre la tierra ya ha aumentado 1.5°C, por encima de las medidas en la era preindustrial, en comparación con el promedio global de 0.87 °C de aumento, teniendo en cuenta la temperatura sobre el océano y la tierra. Esto impulsa la desertificación y la degradación de la tierra. El IPCC también informó que el nivel del mar se elevará cerca de un metro para 2100 si la temperatura global de la tierra excede los 3°C.

Inmersos en esta realidad que hemos creado desde un egoísmo que no debemos tolerar, pareciera que sólo nos queda aceptar una larga noche sin estrellas, intentando sobrevivir a ciegas, caminando torpemente en medio de los muertos que van quedando en el camino. Sin embargo, y eso lo sabemos desde el origen de nuestra historia como homo sapiens, siempre existe una posibilidad, un instante de lucidez que nos permite leer las señales que la propia tierra y el cosmos nos regalan, para hacer un giro, un cambio de ruta orientado a reencontrarnos con la humanidad que aún habita en nosotros, antes de entrar a la zona de no retorno, en que autómatas sofisticados se hagan cargo de nuestras vidas degradadas y sin sentido.

Tenemos un minuto histórico para poner off al Big Data, construido como gran Tótem capaz de informarnos sobre una verdad algorítmica que, sin embargo, nada nos dice sobre la posibilidad de ser felices como seres humanos. La crisis y tensión a la que hemos sometido al mundo y sus habitantes, está poniendo a prueba nuestro estado de conciencia más profundo, estado que nos puede permitir convertirnos, para soñar una humanidad distinta y adoptar las coordenadas de una nueva ruta, de un camino. La utopía, ese lugar que aún no existe, pero que se puede tratar de construir con todas nuestras limitaciones, es capaz de poner en pie a casi 8.000 millones de almas, que transitan por la vida sin más expectativa que la del consumo material, que nunca sacia la sed de una existencia más plena, más acompañada y solidaria.

Lo más probable es que no arribemos a la sociedad perfecta, esa que Tomás Moro soñó hace siglos. Sin embargo, el horizonte utópico es un motor vigoroso para la trasformación de esta sociedad obscura. Para poder verlo, necesitamos volver sobre nuestras necesidades reales, libre de los sedimentos ideológicos que las hacen borrosas y a veces difíciles de identificar. La ruta utópica reconoce las injusticias sociales, la perpetuación de los sistemas dominantes y se orienta a la construcción de un nuevo orden social. El viaje a la utopía, que sabemos nunca termina, busca la fuerza para el viaje en el encuentro de muchas voces que no conocen una verdad única, pero pueden aportar desde la experiencia vivida, para revitalizar valores como el de la solidaridad que implica entre otras cosas, la protección mutua y la defensa de la vida.

La isla imaginaria descrita por Moro en Utopía, ya había sido concebida, de una u otra forma, en la sociedad justa expuesta en La República de Platón y en La ciudad de Dios de San Agustín. Sus contenidos tienen una vocación teleológica innegable, en la que la naturaleza humana es reconocida para todos por igual, desde la que se invita a un genuino modelo democrático de vida, en el que la convivencia pacífica y la tolerancia aparecen como valores superiores. Volver sobre este proyecto de utopía social no significa aproximarse solo conceptualmente a él, sino que representa un desafío al mundo de la acción para recomponer a los seres humanos en torno al valor esencial de la vida y el respeto por ella. Se trata, como vemos, de la realización de nuestras capacidades en un entorno armonioso, en donde lo individual y lo colectivo se enriquecen mutuamente para una transformación gradual de la sociedad, sin retorno a viejas prácticas en las que el respeto por el prójimo no existe. Utopía y realismo no deben ser considerados en términos antagónicos. La realidad que hemos creado está en todos nosotros para transformarla y la utopía constituye la posibilidad de visualizar un estado de vida mejor. Como un haz de luz, nos guía en un camino de perfección y es precisamente la realidad, la mejor motivación para querer cambiarla. Finalmente y a través de la voz de Marcuse, podemos afirmar que el pensamiento utópico nunca podrá entenderse como una teoría científica, sino que actuará apelando a la creatividad del ser humano, para abrir caminos más felices a un desarrollo distinto de las comunidades humanas, articuladas desde valores como la libertad, la igualdad, el respeto por el mundo natural, que es nuestro gran hogar y el diálogo permanente de quienes queremos formar parte de este viaje, de esta peregrinación utópica, cuyo destino no es más ni menos que el ser humano con sus grandezas y miserias.

Referencias:

• Tomás Moro. Utopía. (2012). España: Alianza Editorial

• Aldous Huxley. Un mundo feliz (2013). Madrid: Editorial Cátedra.

• George Orwell.1984. (2014). Barcelona: Editorial Lumen.

• Ray Bradbury. Farenheit 451. (2018). España. Edición Contemporánea.

• Panel Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), 2019.

• Marcuse, Herbert. El final de la utopía, (1968). Barcelona. Ariel.

• Platón. La República. (2018). España: Alianza Editorial.

• San Agustín. La Ciudad de Dios. (2009). España: Biblioteca Autores Cristianos.

 

“El contenido expresado en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no representa necesariamente la posición de la Facultad Tecnológica de la Universidad de Santiago de Chile”